martes, 10 de noviembre de 2009

Carta de despedida a los compañeros de la sección del Jura

(12 de octubre de 1873)
Queridos compañeros:
No puedo ni debo abandonar la vida pública sin dirigiros una última palabra de reconocimiento y simpatía.
Desde hace cuatro años y medio aproximadamente que nos conocemos, a pesar de todos los artilugios de nuestros enemigos comunes y de las calumnias infames que han vertido contra mí, me habéis conservado vuestra estima, vuestra amistad y vuestra confianza. Ni siquiera os habéis dejado intimidar por la denominación de “bakunistas” que os arrojaron a la cara, prefiriendo guardar la apariencia de haber sido hombres dependientes de la certidumbre de haber sido injustos.
Además siempre tuvisteis, y en tan alto grado, la conciencia de la independencia y de la perfecta espontaneidad de vuestras opiniones, de vuestras tendencias, de vuestros actos, y la intención pérfida de nuestros adversarios era tan transparente, por otra parte, que sólo pudisteis tratar sus insinuaciones calumniosas e hirientes con el más profundo desprecio.
Lo habéis hecho, y es precisamente por que tuvisteis y valor y la constancia de hacerlo, que habéis alcanzado una victoria tan completa contra la intriga ambiciosa de los marxistas y en beneficio de la libertad del proletariado y de todo el porvenir de la internacional.
Poderosamente socorridos por vuestros hermanos de Italia, de España. De Francia, de Bélgica, de Holanda, de Inglaterra y América, habéis situado de nuevo a la Asociación Internacional de los Trabajadores en el camino del que estuvo a punto de ser desviada por los intentos dictatoriales.
Los dos congresos que acaban de celebrarse han sido una demostración triunfal, decisiva, de la justicia y al mismo tiempo también del poder de nuestra causa.
Vuestro congreso, el de la libertad, ha reunido en su seno a los delegados de todas las federaciones principales de Europa, menos Alemania; ha proclamado en voz alta y estableciendo ampliamente, o mejor confirmado, la autonomía y la solidaridad fraternal de los trabajadores de todos los países. El congreso autoritario o marxista, compuesto únicamente de alemanes y de obreros suizos, quienes parecen haberle tomado disgusto a la libertad, se ha esforzado vanamente en recomponer la dictadura quebrada, y en lo sucesivo ridiculizada, de Marx.
Después de haber lanzado muchas injurias a derecha y a izquierda, como para mejor comprobar su mayoría ginebrina y alemana, han ido a parar a un producto híbrido que ya no es la autoridad integral, soñada por Marx, pero que aún menos es la libertad, y se han separado con un profundo descorazonamiento, descontentos de sí mismos y de los demás. Ese Congreso ha sido un entierro.
De ese modo es completa nuestra victoria, la victoria de la libertad y de la Internacional contra la intriga autoritaria. Ayer, cuando aún podía parecer incierta –aunque, por mi parte nunca la puse en duda-, ayer, insisto, no estaba permitido abandonar a nadie nuestras filas. Pero hoy que la victoria es un hecho consumado, la libertad de obrar según las conveniencias personales es restituida a cada uno.
Y lo aprovecho, queridos compañeros, para rogaros que tengáis a bien aceptar mi dimisión como miembro de la Federación del Jura y como miembro de la Internacional.
Para obrar así tengo muchas razones. No creáis que sea principalmente a causa de los disgustos personales que he tenido que tragar en estos últimos años. No dicho haber sido insensible a ellos; sin embargo, tendría fuerza suficiente para resistir si creyese que mi participación ulterior en vuestro trabajo, en vuestras luchas, pudiera ser de utilidad para el triunfo de la causa de proletariado. Pero no lo creo.
Por mi nacimiento y mi posición personal, no sin duda por mi simpatía y mis inclinaciones, no soy más que un burgués, y como tal no podría hacer otra cosa entre vosotros que propaganda. Pues bien, tengo la convicción de que ha pasado el tiempo de los grandes discursos teóricos, impresos o hablados. En los nueve últimos años se han desarrollado en la Internacional más ideas de las que serían necesarias para salvar el mundo, si las ideas solas pudieran salvarle, y desafío a quien sea a que invente una nueva.
No es ya tiempo para las ideas, sino para los hechos y los actos. Lo que importa ante todo hoy es la organización de las fuerzas del proletariado. Pero esta organización debe ser obra del proletariado mismo. Si yo fuera joven, me trasladaría a un medio obrero y, compartiendo la vida laboriosa de mis hermanos, hubiese participado igualmente con ellos en la gran tarea de esa necesaria organización.
Pero ni mi edad ni mi salud me permiten hacerlo. Por el contrario, me imponen la soledad y el descanso. Todo esfuerzo, un viaje de más o de menos es ya un asunto serio para mí. Por lo menos me siento todavía moralmente lo bastante fuerte, pero físicamente me fatigo enseguida, carezco ya de las fuerzas necesarias para la lucha. Sólo podría ser en el campo del proletariado un estorbo, no una ayuda.
Veis bien, queridos compañeros, que todo me obliga a presentar mi dimisión. Al vivir lejos de vosotros y lejos de todo el mundo, ¿de qué utilidad podría ser para la Internacional en general y para la Federación del Jura en particular? Vuestra grande y hermosa Asociación, en adelante toda militante y práctica, no debe soportar ni sinecuras ni posiciones honoríficas en su seno.
Me retiro, pues, queridos compañeros, lleno de reconocimientos hacia vosotros y de simpatía hacia la grande y santa causa, la causa de la humanidad. Con ansiedad fraternal seguiré al tanto de todos vuestros pasos y saludaré con felicidad cada uno de vuestros triunfos.
Hasta la muerte, seré vuestro.
Pero antes de separarnos permitidme que os dirija un último consejo fraternal. Amigos míos, la reacción internacional, cuyo centro hoy no reside en esta pobre Francia, consagrada burlescamente al Sagrado Corazón, sino en Alemania, en Berlín, estando representada tanto por el socialismo del señor Marx como por la diplomacia del señor Bismarck; esta reacción que se propone como objetivo final la pangermanización de Europa, amenaza ahora con tragárselo todo y con pervertirlo todo. Ha declarado una guerra a muerte a la Internacional, representada hoy únicamente por las Federaciones autónomas y libres. Igual que los proletarios de los demás países, aunque forméis parte de una república todavía libre, estáis obligados a combatirla pues esa reacción se interpone entre vosotros y vuestro objetivo final, la emancipación del proletariado del mundo.
La lucha que tendréis que sostener será terrible. Pero no os dejéis descorazonar, y sabed que, a pesar de la fuerza material inmensa de vuestros adversarios, tenéis asegurado el triunfo final, a poco que observéis las dos condiciones siguientes:
1.º Mantened firme el principio de la libertad popular grande y amplia, sin la cual las mismas igualdad y solidaridad serían solo mentiras.
2.º Organizad cada vez más la solidaridad internacional, práctica, militante, de los trabajadores de todos los oficios y de todos los países, y recordad que, infinitamente débiles como individuos, como localidades o como países aislados, encantaréis una fuerza inmensa en esta colectividad universal.
Adiós. Vuestro hermano,
Mijail Bakunin

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