domingo, 20 de diciembre de 2009

SUICIDIO

Quiero contar algo que me ocurrió cuando yo tenía 6 años. En aquel entonces, vivía en un pueblo de 340 habitantes donde todos nos conocíamos perfectamente.
Una mañana comenzaron a tocar las campanas. La gente se alarmó, pues no habiendo misa, solo podía significar que algo malo estaba ocurriendo. Todos abandonaron sus labores y se fueron reuniendo en el campo que hay junto a la iglesia para saber qué ocurría. Cuando ya todo el pueblo estuvo allí, se nos dijo que un vecino llevaba desaparecido desde el día anterior y había que organizarse para buscarlo.
Unos salieron en dirección al monte y otros hacia las fincas de este vecino que estaban muy dispersas. Al cabo de varias horas sin ningún éxito decidieron prolongar la búsqueda, pero llegó la noche y ni rastro; entonces se acordó entre todos reanudarla otra vez al día siguiente pero de nuevo sin ningún resultado positivo.
El tercer día por la tarde unos niños, entre los que yo me encontraba, jugábamos a la orilla del río tirando piedras y palos, cuando uno de nosotros dijo: “eso que se mueve en el centro del río es una persona”, todos miramos atentamente y comenzamos a reírnos de nuestro amigo, pues era la rama de un árbol balanceándose en la corriente, atrapada por una piedra. Aunque seguimos con nuestros juegos, de vez en cuando nos quedábamos mirando hacia la piedra y la extraña rama. De pronto yo les dije: “es el desaparecido, le acabo de ver una mano amarilla”, de nuevo muchas risas, “tú eres tonto, las personas no tienen manos amarillas”, como yo insistía estuvimos un buen rato discutiendo, pero de mi cabeza no se quitaba la imagen de aquella mano.
Así qué salí de allí corriendo encontrándome con unos vecinos a los que conté lo que vi, pero nadie parecía creerme. Sin embargo me pidieron que les acompañara, yo así lo hice y les enseñé la piedra. Ninguno lo tenía claro, pero uno de ellos decidió meterse en el río con mucho cuidado, pues la corriente era fuerte y le llegaba el agua por la cintura. Con el palo en que se apoyaba movió lo que había en la piedra y la mano y parte de una cabeza de pelo blanco y calva de color morado, subieron a flote. Todos nos quedamos con una expresión de miedo e incredulidad en nuestros rostros. Uno de los señores nos ordenó marchar inmediatamente de allí, pero ninguno de nosotros se movía de su sitio donde permanecíamos inmóviles y con la mirada siempre en dirección a la piedra. Alguien volvió a decir que los niños fuera y nos acompañó hasta la carretera que estaba al otro lado, pidiendo a uno de nosotros que se acercara al pueblo para que dejaran la búsqueda y avisaran a la guardia civil.
Poco a poco fueron llegando todos los vecinos con caras de mucha preocupación, entre ellos mi madre, que me recogió y me llevó a nuestra casa donde preparó una tila que me hizo tomar muy caliente y con mucho azúcar porque no me gustaba. Ella me tranquilizaba diciéndome que se cayó al río. Un accidente, repetía una y otra vez.
Pasado un tiempo volvimos a acercarnos al lugar. Allí estaban la guardia civil y el juez; sacaron el cadáver del río, lo subieron en una camilla y lo llevaron por el pueblo hacia su casa, detrás íbamos todos en procesión como si de un entierro se tratase. Yo iba muy cerca de la camilla, el cadáver estaba cubierto por una sábana y saliendo de ella, la mano. Iba como hipnotizado, observando aquella mano que no era amarilla, sino de un morado blancuzco, tal vez un poco amarillento. De repente me invadió un olor a descomposición, a carne podrida que se hacía cada vez más insoportable. Yo ya lo conocía, pues en una ocasión habíamos encontrado una vaca muerta. Aquel olor lo inundaba todo haciéndome sentir nauseas.
Entonces decidieron echar a todos los niños de la macabra procesión. Mi madre volvió a llevarme a casa y me dio más tila, mientras trataba de explicarme lo que es un suicidio, ya que en el pueblo no se hablaba de otra cosa y era una palabra totalmente nueva para mí. Pero a mi madre se le complicaba cada vez más la explicación y decidió zanjar el tema con un “no se hable más en esta casa de estas cosas”.
Durante más de catorce meses tuve pesadillas. Fuera de mi casa los niños mayores nos contaban todo lo que escuchaban sobre el suicidio y que se había tirado al río por que estaba loco y amargado de la vida. A mí, cada noche y durante mucho tiempo, me acompañó aquella mano a la que yo tenia tanto terror. Con los meses las pasadillas fueron desapareciendo y del terror pasé al odio hacia los suicidas, este me acompañaría hasta la edad adulta.
En una ocasión un amigo me explicó que había muchas clases de suicidio, por ejemplo, un suicida desesperado solía tirarse siempre al vacío y un suicida sin terror solía ahorcarse. Entonces no comprendí nada de lo que me decía y no quise preguntarle por qué afirmaba tal cosa. Hoy comprendo muy bien ese por qué, pues en este momento yo he tomado la decisión de suicidarme, no quiero vivir más.
La decisión está tomada. Estoy preparando mi soga, comprobando que el nudo corredizo no va a fallarme, asegurándome de que la rama del árbol esté sana y no se romperá con mi peso, calculando mi estatura y la medida de la soga para saber a que altura debo ponerla.
Estoy totalmente sereno y no me siento desesperado, sólo sé que ya no tengo ganas de vivir.
Este es el camino que yo escogí para abandonar esta vida, pero lo último que desearía es que lo presenciara algún niño y sufriera por mi culpa.
Pido perdón a todos aquellos que no me comprendan, pero la decisión es mía y solo mía.

Pachin Mestas 04 – 02 - 2006

No hay comentarios: