miércoles, 13 de enero de 2010

DESAPARICIONES Paul Auster

1.

A partir de la soledad, él empieza de nuevo
como si fuera la última vez
que respirase,

y por lo tanto es ahora

cuando respira por primera vez
más allá del control
de lo singular.

Él está vivo, y por lo tanto no es
sino no lo que se ahoga en el insondable hueco
de su ojo,

y lo que ve
es todo lo que él no es: una ciudad

de lo indescifrable,

y por lo tanto, un lenguaje de piedras,
pues sabe que en el total de la vida
una piedra
dará cabida a otra piedra

para hacer un muro

y que todas esas piedras
formarán la monstruosa suma

de pormenores.


2.

Es un muro. Y el muro es muerte.

Ilegible
garabato del descontento, en la imagen,

y en la imagen posterior, de la vida;

y los muchos están aquí
aunque nunca hayan nacido,
y también aquellos que hablarían

para darse a luz a sí mismos.

Él aprenderá el habla de este lugar.
Y aprenderá a morderse la lengua.

Pues ésta es su nostalgia: un hombre.


3.

Oír el silencio
que sigue a la palabra de uno mismo. Murmullo

de la mínima piedra

tallada a imagen
de la tierra, y que los que hablen
no sean

sino la voz que los habla
al aire.

Y él contará
de cada cosa que vea en este espacio,
y se lo contará al muro mismo
que crece ante él:

y para esto también habrá una voz,
aunque no será la suya.

A pesar de que él hable.

Y porque sea él el que hable.


4.

Están los muchos, y están aquí:

y por cada piedra que él cuenta entre ellos
se excluye a sí mismo,

como si también él empezara a respirar
por primera vez

en el espacio que lo separa
de sí mismo.

Pues el muro es una palabra. Y no hay palabra
que él no cuente
como una piedra en el muro.

Por lo tanto, él empieza de nuevo,
y a cada instante que empieza a respirar

siente que nunca hubo otro
tiempo, como si en el tiempo que ha vivido
se encontrara a sí mismo

en cada cosa que él no es.

Lo que respira, por lo tanto,
es tiempo, y él sabe ahora
que si vive

es sólo en lo que vive

y seguirá viviendo
sin él.


5.

En la faz del muro

él adivina la monstruosa
suma de pormenores.

No es nada.
Y es todo lo que él es.
Y si él no fuese nada, déjenlo entonces empezar
donde se encuentre a sí mismo, y que, como cualquier otro hombre,
aprenda el habla de este lugar.

Pues también él vive en el silencio
que viene antes de la palabra
de sí mismo.


6.

Y de cada cosa que él ha visto
hablará

-la cegadora
enumeración de piedras,
incluso hasta el momento de la muerte-,

aunque sólo sea
porque habla.

Por lo tanto, él dice yo
y se cuenta a sí mismo
en todo lo que excluye,

que es nada,

y porque él es nada
puede hablar, lo cual es decir
que no hay escapatoria

de la palabra nacida
en el ojo. Y fuera él o no
a decirlo,

no hay escapatoria.


7.

Está solo. Y desde el instante en que empieza a
respirar,

no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida

en las mandíbulas de lo singular,

y la palabra que construiría un muro
a partir de la piedra más interna
de la vida.

Por cada cosa de la que habla
él no es,

y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si también él empezara
a vivir en todos los otros

que no son. Pues la ciudad es monstruosa,
y su boca no experimenta
ninguna cuestión

que no devore la palabra
de uno mismo.

Por lo tanto, están los muchos,
y todas esas numerosas vidas
talladas en las piedras
de un muro,

y quien empiece a respirar
aprenderá que no hay dónde ir
excepto aquí.

Por lo tanto, él empieza de nuevo

como si fuera la última vez
que respirase.

Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo

lo que empieza.

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