domingo, 14 de febrero de 2010

Presentación en la casa del medicu de Corao del libro: PADRONES DE HIDALGUÍA DEL CONCEJO DE CANGAS DE ONIS

José Manuel Trespando Corredera

Libro de José Manuel Trespando Corredera







En 2004 nos deleitaba con una conexión entre ese rojo almagre, que daba vida a torsos de bisontes en la profundidad de las cuevas, y las posesiones del monasterio de San Pedro de Villanueva al sur de Labra. En pocas líneas descubríamos un mundo de relaciones familiares de hace cuatro siglos mostradas con precisión científica actual. Documentos de endiablada paleografía, hábilmente transcritos, nos enseñaban con pasmosa facilidad quién era quién ante el monasterio, quiénes escribanos y quiénes segundas esposas, padres e hijos sucediéndose en buenos y malos usos y costumbres. Unos y otros desfilaban ante los ojos del lector de abamia-net en densos párrafos. Un alarde de documentación.
Lo que al principio era un desfile en tiempos pretéritos de ciertos González de Soto, ciertos Labra y un emergente Gonzalo de Teleña, se convertiría un año después en un delicioso manjar titulado “Apresamiento de un escribano”. Gonzalo de Teleña cobraba vida, mucha vida, cuando nos mostraba sus avatares en un largo pleito ante la Chancillería de Valladolid. De la vecindad de Cangues y El Mercado se saltaba a la palentina Tierra de Campos y, otra vez, los datos, muchísimos datos, todos bien ordenados, guiándonos en un intrigante y apasionante relato que, en cada página, contenía el dónde, el cómo o el por qué.
Fue entonces, en este mismo lugar, cuando conocí a este científico que ordena la historia con método y que responde, oficialmente, al nombre de José Manuel Trespando Corredera. Un científico que, con facilidad (se lo da el carácter), relaciona tiempos y lugares, personas y hechos, datos y sus posibles interpretaciones. Y he dicho relaciona, no aventura. Cada párrafo que escribe está construido con precisión, la misma con la que, de modo autodidacta, ha destejido la pesada urdimbre de innumerables documentos de los siglos XVI o XVII. Y ello ante la escéptica mirada de más de un archivero que, sabiendo tenía delante a un “simple ingeniero”, es decir, a alguien de Ciencias (entiéndase esto último con la sorna del común), mantenía el criterio de que la paleografía sería inalcanzable tarea en sus indagaciones.
Desde entonces, he visto como llegaban a mi correo preguntas, afirmaciones, interpretaciones, datos y correcciones que producían en mis neuronas cierto desbordamiento. Aún sigo achicando agua.
Y hoy tenemos aquí las páginas que, largos años perdidas en esa fría umbría de los archivos, salen, por fin bien vestidas, a echarse un baile en este escenario lleno de inquietudes, en el que preocupan, y mucho, y afortunadamente, texos y restauraciones. Un escenario de más de 600 páginas que alguien muy, muy lego, podría adjetivar como “simple transcripción de padrones”, pero que, ante la expectante mirada del investigador, obtienen una muy agradable presencia. Más, si encima vienen aliñadas con casi 600 notas a pie aclaratorias. Pero, entonces, ¿qué hay que aclarar en unos padrones de vecindad? Si el lego, en su temeridad, vuelve a afirmar lo de “¡Bah, copias y ya está!”, asistimos a la cruel simplificación de más de 900 horas de trabajo, durante las cuales asoman y asoman más y más nombres que una mente analítica no puede dejar abandonados tras la transcripción. Nombres simples, nombres dobles, Fernández que desaparecen entre nombre y segundo apellido o entre nombre y apelativo, González que tienen la misma desesperante costumbre, “bes” y “uves” que intercambian inicios más que un afilador-paragüero ubicaciones (véanse, sino, los Berdayes), “bes” y “haches” que se ensañan con placer en los Buergo, los Prieto, que, en hermanos, era Prieto él y Prieta ella, según su sexo, los Gonzalo transmutados en González y viceversa, y así un sinfín de apellidos y apelativos que mutaban según fuera la mano que movía la pluma de ganso.
Y si hay método hay análisis. El análisis implica someter a tortura desmembradora a las hipótesis, que las hay, y varias, según se va profundizando en lo desconocido de la obra. Y ahí llega la comparación. Para ello están los registros parroquiales, los protocolos notariales y una variadísima documentación, mucha aún sin catalogar, en las legajos de los archivos históricos. Ahí precisamente nos encontramos con Trespando, visitando el Archivo Histórico Nacional, el Archivo de la Chancillería de Valladolid, el de la Chancillería de Granada, el Histórico de Asturias, etc. Sin embargo, donde podría hallarse la solución de todas las cosas, el autor se topa con cal y arena: cada párroco con su propia personalidad al realizar registros de bautizados, casados y difuntos; si en unas parroquias se anotaban los párvulos fallecidos, en otras no; los matrimonios podían estar registrados más de una vez, al considerar la ceremonia de la velación; y, tal vez, difuntos que no mandaran cargas pías, no fueran considerados en el registro parroquial; cada escribano con sus peculiares formas allí donde y cuando no había normas de Real Academia de la Lengua que respetar. Y si luego las hubo, fueron campo abonado para la transgresión. Sin embargo, con todas las dificultades, las esperadas y las inesperadas, sabemos que no puede salir algo impreciso de este fundador de HISPAGEN, la Asociación de Genealogía Hispana, en la que desempeñó la secretaría durante muchos años. No puede salir algo impreciso de quien tiene el empeño en desentrañar la espesa madeja del apellido Soto, asunto que se las trae y por experiencia simple se lo digo. Pongamos un ejemplo: Trespando es capaz de detectar en un documento del siglo XVI hasta seis errores en la transcripción del nombre de Pedro de Soto, que unas veces sí es un Pedro de Soto, como se ha dicho, pero otras es Pedro González de Soto. Son, como se ha dicho, documentos  de fines del siglo XVI y principios del siglo siguiente, cuando la peste deja su mortífera señal en el Principado y es necesario que las capillas de San Roque proliferen lo más posible. Son el último reducto contra bacterias, pulgas y ratas.
El autor afirma que el primer padrón de Cangues del que se tiene referencia es el elaborado por Toribio de Bada en 1602, un escribano de Bada primo de otro escribano de Sobrepiedra, Pedro González de Las Rozas, y también primo del escribano Pedro González de Soto, de estrecha vinculación familiar este último, pues designa a Toribio como tutor de sus hijos en su testamento de 1607. En medio de todo esto unos escuderos de Margolles que se empeñan en seguir con la tradición de participar en la suculenta olla del monasterio de San Pedro de Villanueva; los monjes no están por la labor, con lo que hay sus más y sus menos en la cocina del monasterio en aquella primavera de 1606. Tres años después de esta fecha comenzará la expulsión de 400.000 moriscos.
Me comenta el autor que también hay noticia de otros padrones realizados en 1637 y en 1644 por Gonzalo Pérez de las Rozas “escribano real del Rey nuestro señor [léase Felipe IV] y del ayuntamiento antiguo del concejo de Cangas de Onís”. ¿Cuántas veces se tendría que citar don Gonzalo con diferentes renteros en las dependencias del monasterio de San Pedro de Villanueva para acordar renovaciones de alquileres o realizar cartas de pago de los diezmos? Y si no era donde el monasterio, podía ser junto a la Puente Viexa o en El Mercado, pues ahí se certificaban compraventas de heredades u otros bienes entre particulares. Y los foreros y los que podían comprar o vender debían abonar por pliego escrito, al menos, 2 reales de vellón, es decir, de aquellos de 34 maravedís. No es de extrañar que, a veces, la escritura tuviese que ser pequeña y apretada. Más si tenemos en cuenta que, cuando estos pecheros son vigilados bien de cerca para que no evadan pagos de tributos, el abastecimiento de granos al Principado vuelve a ser un problema, es decir, la amenaza del hambre va a ser una realidad. Estamos en los años 1646 y 1647, cuando por una casa corriente de habitación, es decir, no de ganado, con su teja y madera y muria y suelo y corral se paga 50 ducados, es decir, dos veces y media la cifra que se solía comprometer en los préstamos o censos entre personas  a un interés anual aproximado del 3 %. Hace unos 6 años que el reino de Portugal se ha sublevado contra Felipe IV. Así que estamos en guerra; en otra guerra, porque la de los 30 años aún no ha finalizado. Y lo de Portugal va para largo. Como lo de la revuelta de Cataluña. Así que eso hay que pagarlo. Paguen, pues, pecheros, que para eso están. Y si fuese menester más monetario, solicítense prestaciones extraordinarias a los poderosos de cada realengo o señorío, no sea que se revuelvan los villanos por no tener ya nada que perder. Aún hay tiempo para más y más revueltas secesionistas. En el período 1641 a 1648 las protagonizarán los reinos de Andalucía, Aragón y Navarra.
Y, como siempre, en esto de los archivos, tarde o temprano siempre se echa algo en falta. Entre llamas, ignorancias, venganzas y concepciones de lo público como propio, desaparecen eslabones necesarios para seguir el vivo ritmo de la historia local, con sus bondades y maldades, sus miserias y sus excelencias. Así que ese investigador que ha pasado tiritonas en archivos parroquiales o notariales, porque, por no haber, no había ni una simple estufa en pleno enero, que ha logrado pasar nombres y hechos a sus notas, aunque haya sido con un temblor propio de una perlesía, ese investigador al que se le funden en los ojos tinta y papel en un mismo color, el que le da, y gracias, esa miserable bombilla de 40 watios que cuelga del techo, encuentra su derecho el preguntarse dónde están los protocolos de tal o cual escribano, dónde, entonces, los, al menos, 8 vecindarios correspondientes al reino de Carlos II, dónde los 10 padrones o vecindarios del reinado de Felipe V, dónde los de Fernando VI o dónde los de Carlos III.
Sabemos que todos los padrones o vecindarios nominales, de decir, los de hijosdalgo, los de moneda forera y los otros relativos a repartimientos de tributos, junto con los  autos de elecciones y acuerdos de las corporaciones debían estar guardados en el Arca de Tres Llaves de las casas de ayuntamientos. Una llave en posesión del juez, las otras en posesión respectivamente del procurador general y del escribano del ayuntamiento. No siempre se respetaba. Aunque, a veces, la aparente falta de respeto para con el contenido del Arca de Tres Llaves fuera, en realidad, una precaución ante males mayores. El biznieto del antes mencionado Toribio de Bada, Francisco Antonio de Noriega González de Teleña, escribano del concejo de Parres, tuvo que enfrentarse a un pleito en la Real Chancillería de Valladolid por tener los papeles relativos a padrones de callehita y de repartimientos de pechos, es decir los que tendrían que estar guardados en el Arca de Tres Llaves, como se explicó antes, en su propia casa, en Bada. Ante el requerimiento de la justicia de Oviedo, otros escribanos de Parres (Lorenzo Gómez de Lamadrid, por ejemplo) restituyeron la documentación que tenían en sus casas al Arca. Francisco Antonio se negaba argumentando que las Casas de Ayuntamiento, es decir, el edificio de Cuadroveña que se suponía debía ser el ayuntamiento, no tenía puerta, ni llave, ni cerradura. Estamos hablando de principios del siglo XVIII y del abuelo de un Antonio Noriega de Bada, cuyo retrato, pintado por Goya, espera nuestra visita en el Museo de Bellas Artes de Asturias.
El investigador es persona avezada a asimilar con entereza la ausencia de documentación. Por eso, con la procesión por dentro, se consuela con la aparición de datos de vecindad de 1794. Aunque lleguen indirectos, aunque puedan contener sospecha de errores, porque, como dice Trespando, son una segunda copia del original. Es igual. Algo hay. Y la fecha se las trae. Hace ya 6 años que tenemos otro rey. Por fin, después de muchas décadas de despropósitos y de cuantiosas inversiones desperdiciadas, alguien se toma en serio el asunto de las infraestructuras de comunicaciones en este país. Por fin la intención de poner facultativos, celadores y peones camineros para la ejecución y mantenimiento de las principales vías (un peón caminero por legua de camino, decían). Qué pena que esa conducta tan de aquí de nombrar antes al conocido que al capaz, volviera a imponer facultativos de cortas facultades. Si a ello se sumaba la falta de formación técnica adecuada de los facultativos disponibles, el efecto era el ya archiconocido de la ralentización en el desarrollo de los proyectos. La crónica falta de instrucción convertía en inoperantes a las inversiones. Dónde encontrar técnicos suficientes si, por ejemplo, en 1793, para que los niños de Ribadesella pudiesen tener un profesor de Gramática (enseñanza primaria diríamos hoy) tendrían que desplazarse más de 5 leguas, es decir, cerca de 30 kilómetros. Impensable para los caminos de entonces. No obstante, las buenas intenciones respecto a las infraestructuras de comunicación empezarán a materializarse hacia 1799. Aún así, ¿para cuándo el camino carretero de Ribadesella a Valladolid? ¿para cuándo el tramo de El Infiestu a Les Arriondes? Así que, de momento, había que seguir viajando a pie o, con suerte, a caballo, y, a ser posible, a fines de primavera o durante el verano. Y eso lo hacía un asturiano infatigable y muy preocupado por la mejora en las comunicaciones. Estoy hablando de un entusiasta Jovellanos al que Floridablanca había nombrado subdelegado de Caminos en Asturias dos años antes, un eufórico Jovino que ha conseguido inaugurar su emblemático Real Instituto Asturiano en Gijón a principios de este 1794, y que, a caballo, había pasado cuatro años antes, con 46 años, por Corao, en dirección a Cangues, donde había visitado en su casa a su cuñado, ya viudo, y a casi toda su familia política, todos los cuales figurarán como vecinos de Onao en este padrón que nos ocupa. Estarán aún por venir acontecimientos graves en los varios reinos de la península. Intentarán envenenar a Jovellanos, la Hacienda acumulará un terrible déficit, imposible de solucionar con deuda pública, ni con préstamos del Banco de San Carlos, ni con la venta de bienes eclesiásticos. Y, al final, la guerra. Otra más. Por aquí cerca, como a una legua de Corao, la fábrica de Fontameña luchando por su supervivencia, y, ya más lejos, en el otro extremo de la península, la primera Constitución, La Pepa, queriendo crecer. No podría faltar otro rey, esta vez uno al que mal llaman El Deseado, y los funcionarios teniendo que presentar informes de limpieza política. Al otro lado, Chile, que se nos va, y otro padrón que salvado del pillaje: el de 1817. Antes de que se gesten nuevos padrones, aún habrá tiempo para el pronunciamiento del general Riego, para que se independicen Perú, Venezuela, México, Brasil y lo que luego será El Ecuador, para el ajusticiamiento de dicho general y para que retorne el absolutismo.
El breve padrón de 1824 y el más extenso de 1827 darán, poco a poco, paso a una nueva división territorial en provincias, a una nueva venta de bienes de órdenes religiosas para inyectar dinero a las arcas del Reino y, más cerca de aquí, a la explotación de la mina El Milagro, por encima de Las Maedas.
Queda lo último, que es el agradecimiento. Agradecimiento por el esfuerzo de otros para que algunos podamos tener en nuestras manos la valiosa información que contienen estos padrones. Agradecimiento, por tanto, a la Asociación Cultural Abamia, a José Manuel Trespando y a Maximino Blanco. Entre unos y otros han puesto mucho tiempo y dinero. Así que los demás contraemos obligación de correspondencia para con este afán cultural. Son libros, así que usémoslos para construir nuevos libros. Y roguemos para que esta publicación sea un precedente, para que los padrones que están reposando en concejos cercanos a éste sean objeto de publicación en papel o formato digital para uso del común investigador. Garantizaríamos así su conservación y la difusión de la historia local, de la que tanto hay y de la que tan poco se sabe aún.
Juan Ignacio Noriega Iglesias (Nacho Noriega)

Corao, Casa del Médicu, 12 de febrero de 2010
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenas tardes, ¿dónde pueden adquirise los libros del Sr. D. José Manuel Trespando? Me interesarían en particular éste que se comenta sobre los padrones y el del año 2005. Muchas gracias.