Recomendaciones a raíz de la destitución del director del Museo de Grandas de Salime
Lo que hay que oír
Sé sumiso, hijo mío, obedece al jefe político de turno, al patrón. Crees saber algo, pero vives en el error: él siempre sabe más, siempre. Tú ves el árbol; él, el bosque. Aprende a ser un soldado, a ser carne de cañón, no juegues a estratega.
No seas independiente, hijo mío. Intégrate en un grupo, en un partido, en una parroquia. Es esa pertenencia la que te dará cohesión y criterio. Porque, entonces, ya no necesitarás pensar, ni atribularte con tus juicios. Serán el cabecilla, el ministro o el subsecretario, el párroco o el cardenal los que piensen y decidan por ti. Qué liberación sentirás en tu espíritu.
Rellena todos los formularios que te envíen los jefes, hijo mío. Contesta a todas sus circulares, que no te falte ni uno de los documentos que te reclamen. Sobre ti ruge una máquina burocrática a la que ni debes cuestionar ni siquiera comprender. Creerás, en momentos de desaliento, que no sirven para nada las horas que inviertes en tales menesteres. Ay, ingenuo de ti. Tus papeles se archivarán, se acusará recibo de los mismos, entrarán en una base de datos, servirán para las estadísticas que demuestren, bien manipuladas por tus jefes, que vivimos en el mejor de los mundos posibles. O irán a la papelera: pero, ¿quién eres tú para ver el conjunto si consumes el día a pie de obra y no en el cálido despacho que te permita la serenidad para decidir, sin prisa, sin agobios, como hacen quienes te mandan?
No protestes nunca, hijo mío. Déjate llevar, adáptate, fluye, abandona tu ego, tate quietu, atechado, gris, no intervengas, nunca destaques, pasa desapercibido. Tú, a lo que te manden, que para eso estás. No olvides aquel lema falangista: «Vale quien sirve»: aplícatelo.
Aprende y usa, hijo mío, el nuevo lenguaje administrativo, pues conseguirás innúmeros beneficios. No dirás nada, pero usarás muchas palabras. Podrás humillar, multar, degradar o despedir a quien no te comprenda, es decir, a cualquiera. Parecerás culto, instruido. Nadie delatará tu fraude: tus jefes hablan la misma jerga.
Jamás admitas, hijo mío, la responsabilidad de una falta, de un delito, de un error. Mucho menos aún la culpabilidad, por más que las evidencias te señalen. El responsable es otro; la culpa, de otros. Así, te ascenderán, crecerá tu crédito, no lo dudes.
Sé fiel y leal, hijo mío, pero a varios a la vez. No pongas todos tus huevos en la misma cesta.
No te fíes de la prensa, hijo mío, no leas jamás si no es sobre gastronomía y vinos. Di textura, espuma, fusión, deconstrucción, gelatina caliente, agar-agar, caramelizado, sferificación, creosota, encostado, retrogusto y umbral de percepción. Viste según veas en los suplementos dominicales, quítate la corbata en los mítines, ponla en los despachos. Si vas al sindicato, lleva cazadora y carpeta abultada.
Nunca juzgues hacia arriba: machaca hacia abajo, hijo mío.
Identifica cantidad y cualidad. Las obras grandes, aparatosas, monumentales, inútiles. Llena todos los espacios, odia el vacío. Donde haya sitio, construye. Si no lo hay, créalo, hijo mío.
Intervén en todo aquello que funcione. Fiscalízalo, mete la nariz, sospecha de quienes laboran en silencio y a conciencia. ¿Qué no ocultarán, qué no perseguirán, hijo mío, tan cumplidores, tan honestos, tan diligentes? Señálalos con el dedo, delátalos, calúmnialos, difámalos, que vuelvan al redil, a la fe de los poderosos, la única verdadera.
No pases un día, hijo mío, sin fastidiar a algún subordinado. Incordia, inventa nuevas leyes, dispón disparates y obliga a que se cumplan. Que te teman. Censura, corta, tacha, amenaza, expedienta, sanciona, vigila.
Si así lo haces, si así lo cumples, tuya será
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