jueves, 2 de diciembre de 2010
Chomsky en bufón de Chávez - Octavio Alberola
Chomsky en bufón de Chávez - Octavio Alberola
25 OCTUBRE 2009
Contrariamente a lo que muchos piensan, la capacidad de creer en falacias y aceptar ciegamente una ficción, por ficticia y grotesca que ésta sea, no es atributo de tontos e ignorantes. El famoso ensayista Noam Chomsky nos acaba de mostrar que también intelectuales cultivados, inteligentes y perspicaces pueden volverse crédulos y aceptar conductas y actuaciones políticas a todas luces demagógicas, falaces y autoritarias. Creerlo o por lo menos simularlo.
Claro que no es nada nuevo ver a un intelectual de alto rango caer en tal contradicción. Ya con la Unión Soviética y la China maoísta tuvimos el irracional fenómeno de los “compañeros de viaje”… Esos intelectuales que creyeron -muchos de ellos de buena fe- en la instauración del “socialismo” y la construcción del “hombre nuevo” en esos países hasta que los hechos les obligaron a darse cuenta de lo que realmente eran esos regímenes. No obstante, aunque en muchos casos tales extravíos no estén motivados por la búsqueda de algún tipo de recompensa y parezcan sinceros, puras fatalidades antropológicas, es lógico preguntarse el porqué y el cómo de tales conductas. Y aunque lo más fácil sea pensar que es simplemente por el efecto de creencia, del que ningún ser humano -inclusive el más racional- puede permanentemente evitarlo, en el caso de Chomsky no es posible olvidar que él combatió ese efecto de creencia en el pasado.
Por eso es obligado preguntarse: ¿cómo un hombre, aparentemente capaz de razonar, de analizar críticamente lo que sucede en el mundo, puede viajar hoy a Venezuela para loar el “socialismo del siglo XXI” sin apercibirse de la mentalidad castrense de su inventor, el comandante Chávez, ni del populismo grotesco de su llamada “revolución bolivariana“?
¿Cómo puede cometer Chomsky el mismo error que cometieron, en el pasado siglo, famosos intelectuales de la época, unos loando a Stalin y otros, años más tarde, loando a Mao y su “Pequeño libro rojo“? Ellos por haber creído que en Rusia y en China se estaba construyendo el “verdadero comunismo”, y él por creer ahora que en Venezuela se está creando “un nuevo mundo, un mundo diferente”.
¿Cómo ha podido olvidar que después todos esos intelectuales se vieron obligados a hacer un mea culpa por la ceguera ideológica que les había impedido ver lo que había detrás del discurso revolucionario estalinista y maoísta? Ese totalitarismo, responsable de la muerte de millones de gentes por hambre o por persecución, que inspiró a Castro para imponer desde hace cincuenta años en Cuba una dictadura de la que Chávez es un devoto admirador.
Pero lo sorprendente en el Chomsky de estos últimos años no es sólo esta aparente amnesia histórica sino que haya sido sensible a los elogios de ese castrense histriónico -”te doy la más calurosa bienvenida (…) ya era hora de que nos visitaras y que el pueblo venezolano te viera y oyera directamente”- y le haya agradecido sus “amables y generosas palabras”. Además de la bufonada de decirle lo “emocionante” que le resultaba “ver en Venezuela como se está construyendo ese otro mundo posible y ver a uno de los hombres que ha inspirado esta situación”.
Lo más sorprendente de esta conversión a la fe mesiánica, parecida a conversiones célebres a la fe católica (las de Baudelaire, Peguy, Claudel, etc.), es que el milagro llega tras producirse el derrumbe del “socialismo real” de inspiración soviética y la instauración del capitalismo en China por el Partido Comunista que Mao dejó en el poder. Pues, a diferencia de aquellos jóvenes intelectuales “idealistas”, que loaron a Stalin o a Mao antes de producirse estos importantes y significativos acontecimientos históricos, Chomsky los ha podido observar en vida y por eso es más incomprensible el hecho de que ahora parezca haberlos olvidado. Sobre todo que los fracasos del mesianismo revolucionario confirmaron de manera indiscutible sus profecías.
Es verdad que desde hace ya un buen momento estamos asistiendo a la instrumentalización de Chomsky en muchas direcciones. Y ello pese a que su posición ética, sus referencias ideológicas y su actuación política están en las antípodas de lo que defienden y adoran muchos de estos que hoy pretenden tenerlo de guía. Y esto es fácil verlo simplemente leyendo sus libros. Salvo que el Chomsky de hoy no sea el mismo que escribió: “Estamos en un período de corporativización del poder, consolidación del poder, centralización. Se supone que eso es bueno si eres un progresista, como un marxista-leninista. De los mismos antecedentes proceden tres cosas importantes, fascismo, bolchevismo y tiranía corporativa. Todas surgen más o menos de las mismas raíces hegelianas.” (Class Warfare, p.23). Y no digamos lo que escribió más tarde a propósito del país salido del golpe de Estado bolchevique de octubre de 1997, que, para Chomsky, era responsable de la eliminación de las estructuras socialistas emergentes en Rusia: “Son los mismos brutos comunistas, los brutos estalinianos de hace dos años, que dirigen ahora los bancos” y que son “los gestores entusiastas de la economía de mercado“. Y de ahí su pesimismo: “Los que intentan asociarse a organizaciones populares y ayudar a la población a organizarse por ella misma, los que apoyan a los movimientos populares de esta manera, simplemente no podrán sobrevivir en tales circunstancias de poder concentrado” (Comprendre le pouvoir, p.7-11).
¿Cómo es posible, pues, que él cometa hoy la misma equivocación cometida entonces por los “compañeros de viaje” pro-chinos -que habían conocido la ceguera comparable (y reconocida) de la generación que les había precedido, la de los viejos estalinistas pasados tardíamente a la autocrítica- pese a que él fue un testigo crítico de tal ceguera? ¡Lo grave, en el caso de Chomsky, es que de nada le han servido esas experiencias a pesar de haberlas conocido y denunciado!
Con Chomsky tenemos, pues, que interrogarnos también sobre el “misterio” de esa extraña cohabitación de la inteligencia más aguda y la credulidad más obtusa en un mismo espíritu humano. Y tanto más que, en aquellos tiempos, él fue uno de los que más contundentemente criticaron la ceguera en que habían caído muchos de sus colegas intelectuales que constituían con él lo más granado de la inteligencia occidental: los Sartre y otros grandes filósofos, historiadores, sociólogos, periodistas o universitarios de primer plano.
“Misterio” hay, puesto que raros fueron los intelectuales que después no tuvieron que confesar haberse equivocado y reconocer que Chomsky había tenido razón al poner en evidencia la ceguera que les había inducido a cometer ese gravísimo error de apreciación en el pasado. ¿Cómo ha podido Chomsky olvidar esto? Es verdad que tampoco la ceguera de los antiguos estalinistas -mil veces confesada y analizada en artículos, entrevistas y libros- sirvió de lección a los jóvenes maoístas occidentales, puesto que a una distancia de 20 años de intervalo reprodujeron el mismo tipo de extravío. Y con el mismo orgullo y fatuidad de sus predecesores. Pero lo primero en éstos fue la adhesión ciega a lo que se presentaba como revolución emancipadora. En Chomsky sucede lo contrario: primero fue la denuncia, el análisis objetivo, racional, rigurosamente crítico, y después la ceguera…
Cierto es que el antiimperialismo USA de Chomsky le llevó ya a una relativa discreción a propósito del autoritarismo creciente de los sandinistas durante su ejercicio del poder en los años 80 en Nicaragua y de la dictadura castrista desde hace varias décadas. Y ello pese a que entre las víctimas de esta última se encuentran personas con muchos puntos en común con los militantes antiimperialistas pro cubanos del resto de América Latina.
¿Será pues este obstinado antiimperialismo, el hecho de que para él lo principal es denunciar las injusticias que prevalecen en los EE UU así como las injusticias generadas por este país a la escala del planeta, lo que le lleva a posicionarse de manera tan desconcertante con lo que pasa en el continente americano?
Efectivamente, aunque Chomsky se sigue considerando “anarquista-libertario”, está claro que para él las consideraciones ideológicas deben pasar a un segundo plano y que se debe establecer una especie de graduación entre las injusticias según el grado de peligrosidad planetaria de los blancos contra los que se dirige la crítica. El problema es que este relativismo político permite a muchos marxistas-leninistas, populistas y políticos, cuya única preocupación es la conquista del poder, su ejercicio y su conservación, a ampararse sólo de los argumentos antiimperialistas de Chomsky en lugar de preocuparse por la ayuda a aportar a la población para organizarse por ella misma. Y es un verdadero problema porque Chomsky no hace ni dice nada para disuadirles de hacerlo. Al contrario, manteniéndose con tanta perseverancia en esta inmoral discreción y dejándose fotografiar al lado de los Castro y los Chávez se hace -aunque sus elogios sean discretos y de conveniencia- cómplice de las bufonadas y de las derivas autoritarias, dictatoriales, de estos nuevos oligarcas.
Desgraciadamente, esta obstinación en mantener tan maniquea discreción (por considerar menos peligroso el acceso al poder de estos populistas que los destrozos que causa el imperialismo yanqui en el mundo) no es sólo ineficaz para impedir tales destrozos (estos populistas siguen haciendo negocios con las multinacionales del imperio) sino que contribuye a desmovilizar a los pueblos y a hacer aún más difícil la tarea de los que sí luchan consecuentemente contra la dominación planetaria del Capital y el Estado.
Es posible que, dada su edad, Chomsky no pueda reconocerlo: pero es imposible pensar que no sea consciente de la distancia que le separa de todos aquellos que recogen sus argumentos contra el imperialismo yanqui y que, en cambio, se muestran muy reticentes, por interés o comodidad, a denunciar las formas de dominación impuestas por esos populistas pretendidamente revolucionarios.
Octavio Alberola (Cuba Libertaria)
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